Necesitamos un revulsivo de tal magnitud, una renovación tan profunda, un huracán que levante toda la endogamia que se ha instalado en cada rincón. Sólo la democracia puede soplar esos vientos que residen en la participación y el voto de los militantes.
Cuando las reglas pueden contener la posibilidad de argucias que eviten el desmadre, cuando al grito de ¡unidad! se pretende a veces usurpar un derecho tan legítimo como necesario, cuando se cuestiona el Gobierno de la Nación con el fin de que no haya primarias, se impone que los afiliados y militantes resuelvan cuanto antes su papel central en la organización, y pasen página para iniciar un tiempo nuevo llevando a la historia a sus protagonistas más recientes.
Nadie es quien, y mucho menos direcciones sin éxito, para apropiarse de una organización que pertenece a la clase trabajadora (léase a Pablo Iglesias), que no es sólo la casa de sus afiliados, y que, en menor medida, representa la profesión de sus dirigentes.
Todos sabemos las mil y una maneras de cooptar un proceso y evitar que los afiliados se expresen libremente sobre qué ejecutivas, qué futuro, qué estrategia ha de seguir el partido socialista. Es hora, entonces, de que decidan los militantes.
¿Dónde estaban algunos dirigentes en los peores momentos cuando algunos daban la cara en los debates de televisión o simplemente en su puesto de trabajo defendiendo al socialismo y a los compañeros y compañeras?, ¿dónde estaban aquellos que entonces no se les oía y hoy aún quieren seguir?, ¿dónde estaban?
Porque, a diferencia de la I Internacional en la que los dirigentes -fueran trabajadores o fueran intelectuales-, poseían una formación marxista muy superior a la de la militancia obrera tantas veces sin formación. A diferencia de la II Internacional, ya a principios del siglo XX, en la que la base se mantenía con serias dificultades para llegar a tener tanta información y capacidad de decisión como los dirigentes. A diferencia de entonces, ahora, existen numerosos afiliados tan preparados (o más) que los dirigentes que se sientan en las ejecutivas cuyos éxitos pasados intentan interpretar de la manera más confusa y cartesiana posible.
El primer paso es liberarse de la endogamia, manifestar libremente como militantes su deseo de cambio, tanto de estructuras como de personas, un revulsivo brutal que vuelque el iceberg y que haga aflorar a tantos afiliados y militantes capaces de cumplir un papel, tanto como electores -y por lo tanto protagonistas del futuro-, como de gestores de una nueva función mucho más participativa.
La oveja, género ovis de la subfamilia caprinae, sufrió un proceso de domesticación que hace que todas las decisiones sobre su vida sean tomadas por todos menos por ellas. El castellano refiere a este animal para definir situaciones en las que nos dirigen a situaciones cuya decisión nos es ajena.
Un militante, un afiliado, no puede ser ese sujeto molesto al que se le llama de higos a peras para pegar carteles, para ir de apoderados en las mesas, para -como borregos- votar a quien yo te diga. El militante ovis es toda un pérdida de tiempo y de valor.
Sí, claro, de valor: porque sabiendo que nuestros afiliados y militantes, trabajadores en su conjunto tienen un enorme valor añadido que aportar, lo peor que estamos haciendo es no teniendo en cuenta a quien vale más que nosotros. Conociendo que muchos de nuestros jóvenes son capaces de interpretar mejor que nadie los nuevos paradigmas tecnológicos y redes sociales, convierten a nuestros dirigentes en analfabetos digitales y, por lo tanto, funcionales.
Lo contrario es la endogamia. Ejecutivas que se suceden a sí mismas, líderes sin respaldo del sufragio y por lo tanto menos líderes. Responsables que son elegidos por otros responsables, en función de su propio interés de grupo. Da igual que sean incapaces de ponerse delante de una cámara a defender el proyecto socialista o que su escaño no conozca más que un par de iniciativas a lo largo de una legislatura.
Decir que de alguna manera ya existe democracia interna, que ya pueden votar los afiliados, es verdad. Pero es como si yo, en la Facultad de Económicas, permito examinar a mis alumnos pero sin dejarles entrar en clase, sin darles bibliografía, sin resolverles dudas: examinarse pueden, claro que pueden.
Necesitamos un revulsivo profundo, un terremoto que sacuda sin piedad nuestras estructuras y haga aflorar ideas y personas. Nunca es tiempo dicen los conservadores (en el seno del partido), siempre hay algo urgente que hacer. Sin embargo, nunca es tarde para que estos mismos formen parte solo de la memoria.
Yo únicamente me debo a los afiliados que me han elegido. Es tiempo de darle la palabra a aquellos que pueden decidir el camino que hemos de tomar: los militantes.
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